lunes, octubre 27, 2003

He decidido intervenir en esta historia. Después de todo se trata de mi vida. Déjenme presentarme: Mi nombre es John Stevenson III. Hasta el momento todo lo que han sabido de mí, lo han leído por la pluma de mi tonto biógrafo, Guglielmo. Así es, se trata de aquél pequeño hombrecito calvo que se oculta tras esas tumbas, pluma y papel en mano; si han sido observadores habrán podido verlo a lo largo de esta historia, siempre oculto en algún rincón oscuro. El problema radica en que Guglielmo es un hombre de poco entendimiento, un necio completo: Insiste en predecir cuales son mis pensamientos y deseos basándose simplemente en suposiciones que relaciona con mis acciones.

Pues bien no perdamos más el tiempo con él, pues es menester aclarar ciertos aspectos de mi persona. En primer lugar nunca bebo alcohol, esto lo ha inventado el insensato basándose en la típica imagen de los piratas. En segundo lugar al contrario de las narraciones que Guglielmo les ha participado, no pensaba que toda la situación en la que me encontraba era sólo un sueño; después de todo uno debe ser un verdadero orate para confundir la realidad con el nebuloso mundo de las ensoñaciones nocturnas. Habrán ahora surgido muchas preguntas en su interior: si sabía que no era un sueño, mis deseos de hacer aparecer nativas sensuales, de hacer crecer al hada para pasar un buen rato, la razón de mi risa ante la llegada de Zaratustra, probablemente no eran verdad, sino un simple invento de Guglielmo. Tienen razón en esto.

Querrán saber entonces que es lo que pensaba en esos momentos, las razones de mis acciones y palabras. Sin embargo no pienso decírselos, estén seguros que todo ello no es tan importante como se lo imaginan y se decepcionarían si se los revelara. Prosigamos mejor con la historia que nos ocupa, pues de ahora en adelante, seré yo y no el tonto Guglielmo, quien les narrará los eventos que se sucedían a mi alrededor. En lo que respecta a mi biógrafo, puede hacer lo que le plazca, estoy seguro que habrá más de un tonto que acepte entusiasmado a un hombre que haga el recuento de su vida, sin saber que éste lo convertirá para la posteridad en un ebrio, un estúpido o quizá algo peor.

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