viernes, noviembre 14, 2003

Mientras Aquiles corría como un loco hacia el monstruo, sentí lastima por éste: era tan feo y tan tonto y ahora iba a morir sin saber que estaba pasando. Era obvio que se trataba de simple carne de cañón. Cuando la pequeña hada gritó para detenerlo, ya me había lanzado en persecución del violento semidiós. Apenas llegué a tiempo junto a él para detener su golpe utilizando mi propia arma: la llamada Excalibur. Sé que probablemente no crean que un tipo como yo tenga en su posesión un arma legendaria como ésta, pero así es: la obtuve luego de salir un tiempo con la Dama del Lago, de la cual no quiero hablar mal, pero he de advertirles, por si alguno de ustedes desea cortejarla, que es tremendamente posesiva. Esa fue la razón por la que la abandoné, aunque me llevé esta espada como recuerdo. Después de todo no creo que la extrañe, no es tan magnífica como todos dicen.

Pues bien, mientras detenía al hijo de Tetis, noté en el cielo una enorme figura que se acercaba a nosotros. Su aspecto de reptil, sus alas escamadas y el humo que salía de su boca no dejaban duda: se trataba de un dragón. Uno grande debo agregar. ¿Acaso no te das cuenta que el verdadero enemigo viene de los cielos? Dije entonces a Aquiles para hacerlo desistir en su intento de partir en dos al ser que se hallaba tras de mí. El semidiós miró hacia arriba, hacia un cielo sin luna ni estrellas. Observó un momento a la bestia alada y bajó su espada, expectante. Había olvidado por completo al ser lobuno. Éste por su parte nos miraba aún sin comprender que ocurría. Momentos después había echado a correr, huyendo a gran velocidad del cementerio. Probablemente sentía como la muerte se acercaba a aquél lugar. Tenía razón. Entonces Sonreí.

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