jueves, noviembre 13, 2003

Avanzaron junto a la luz de la espada de llamas, crrrrrrrrrr. Se dirigían a la sombra bramante. Era un ser extraño, tan alto como dos hombres, parecido a un lobo pero también a un oso. Sin embargo no parecía una amenaza para el divino Aquiles, ni mucho menos para ti, el de los profundos ojos. El hijo de diosa no lo creyó así y cuando lo divisó se lanzó contra él en una carrera de sangre. Levantó su espada flamígera, mientras tú, la de las bellas alas gritabas para que se detuviera. No te escuchó. Sus pies volaban raudos en el lecho de huesos, la espada resplandecía aún más a medida que se acercaba a la bestia. Un poderoso, golpe, como un trueno en el mar, se dirigió a la cabeza del que aún gruñía débilmente. Se produjo entonces un ruido seco, metálico. El arma del semidiós había sido detenida por otra espada. Su empuñadura la sostenías firmemente tú, hombre barbudo. ¿Acaso no te das cuenta que el verdadero enemigo viene de los cielos? Dijiste simplemente.

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