jueves, agosto 28, 2003

En su mundo no existía la piedad, el honor o la gloria, tan sólo el brillo de una espada y horror, horror a los muertos silentes, a la oscuridad ardiente. Sus manos estaban llenas de sangre, sangre de engendros, de monstruos abominables salidos de las más terribles pesadillas. Sin embargo, nada le importaba, pues era un hombre que lo había perdido todo, absolutamente todo.

El cazador se levantó lentamente de la cama y se vistió en silencio, la hora había llegado, la hora de combatir, de entrar a una nueva pesadilla. No sentía miedo, no sentía pesar, en sus ojos brillaba la ira, la venganza. Venganza por su esposa, por su hermano, por él mismo, por todos aquellos que la noche había arrebatado, por aquellos que nunca volverían a ver la luz de un nuevo día.

Se dirigió a la puerta y salió, a la oscuridad, al misterio. Un viento frío lo recibió, un viento cargado de un cierto olor a muerte, a sangre, a dolor. La bruma se extendía por doquier, todo estaba tenso y en silencio, era como si la noche tuviera miedo, miedo por sus hijos, por sus aberraciones. Entre la niebla y las sombras, Axel, el cazador de ánimas, seguía avanzando, con fuego en los ojos, con una espada es su mano. La cacería, había comenzado...

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