El pirata incrementó su velocidad y comenzó a acercarse al joven, quien parecía sumido en sus pensamientos. Aprovechando esto y aparentando que tropezaba, John chocó con él. Excusándose, el “loco”, prosiguió con su camino. Cuando se creyó a una distancia segura, el bucanero extrajo de entre sus ropas una bolsa de monedas. Sonrió divertido por lo fácil que le había resultado aquél robo. Inmediatamente vació el contenido en su mano y no se decepcionó. Pensó que aquellas monedas sin duda le facilitarían buenas bebidas y quizás también algo de compañía femenina, que tanto le hacía falta.
Una voz rompió entonces las ensoñaciones de John: “¡Regréseme mi dinero, sucio ladrón! –dijo ésta. John volteó al lugar de donde provenía la voz, visiblemente ofendido, ¡Él, un gran pirata, confundido con un vulgar criminal! Alguien sin duda pagaría por semejante insulto. Se encontró cara a cara con el joven de hacía unos momentos, quien lo miraba amenazador. “Creo que ha habido un malentendido” - dijo “el loco” al tiempo que retrocedía unos pasos en dirección a la parte final del muelle, bajo la que se extendía el mar. El otro lo siguió, amenazador, “Usted debe creer que soy un tonto” –dijo. John sonrió un momento al tiempo que ambos llegaban al final del muelle. “Bueno, es que usted actúa como si lo fuera” – respondió simplemente el corsario, al tiempo que con un movimiento relampagueante de sus manos, hacía perder el equilibrio al joven, haciéndolo caer en dirección al mar.
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